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La primera revuelta judía y la destrucción del Segundo Templo

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La vida de los judíos que vivieron en la Tierra de Israel a mediados del siglo I EC no fue sencilla. En esa época, la Tierra de Israel estaba bajo dominio romano. El emperador romano nombraba procuradores para gobernar cada una de las provincias del imperio. Los procuradores eran extranjeros puestos a cargo de la economía de una provincia y eran responsables de recolectar impuestos y enviarlos a Roma.

Al no tener ninguna conexión personal con la tierra, a los procuradores no les importaba el bienestar de sus súbditos. La única preocupación era la ganancia. Mientras más impuestos recolectaran, con más dinero podrían quedarse.

El sistema de justicia se corrompió bajo el gobierno de los procuradores. Sin ningún interés en la justicia, los romanos apoyaban a cualquiera que pudiera darles el mayor beneficio. Los criminales tenían vía libre para robar y asesinar a ciudadanos inocentes sin temor a represalias.

Además, los procuradores no respetaban la religión ni las costumbres locales. Tanto ellos, como los otros extranjeros que llevaban con ellos, humillaban a los judíos y se burlaban de sus tradiciones y prácticas. Cuando los judíos objetaban ese trato, los romanos respondían con violencia y crueldad. De hecho, a veces provocaban a los judíos para justificar el trato violento que les daban.

Josefo, un líder militar judío que se convirtió en historiador, describe al procurador romano Albino:

[No había ninguna] clase de maldad que se pudiera nombrar sin que él tuviera algo que ver con ella. En consecuencia, no sólo robó y saqueó los bienes de todos en su capacidad política, ni cargó a toda la nación con impuestos, sino que [liberó de la cárcel a criminales a cambio de dinero].

Los criminales liberados aterrorizaban a la población, pero el pueblo no tenía ante quién quejarse. Sólo podían esperar liberarse de los abusos halagando al procurador y ganándose su favor. Josefo concluye diciendo: "Nadie se atrevía a decir lo que pensaba, pero en general se toleraba la tiranía. En esta época se sembraron las semillas que llevaron a la destrucción de la ciudad".

El último procurador antes de la revuelta, Gesio Floro, fue el peor de todos. De acuerdo con Josefo, los crímenes de Albino palidecieron en comparación a los de Floro. Él no sólo abusó de la población de Judea sino que lo hizo públicamente y se jactaba de ello. Era un maestro "disfrazando la verdad y nadie podía urdir formas más sutiles de engaño que él"-

A Floro no le bastaba con enriquecerse a costa de personas individuales, "él saqueó ciudades enteras, arruinó cuerpos enteros de hombres a la vez, y proclamó casi públicamente por todo el país, que les había dado libertad paras convertirse en ladrones con esa condición, que compartieran con él el botín que obtuvieran".

Medallón con la imagen de Félix, uno de los procuradores romanos de Judea.

La división entre los judíos

Entre los judíos de la Judea romana, había diferentes perspectivas respecto a cómo debían responder a la crueldad y corrupción romana. Emergieron tres facciones principales.

Los zelotes creían que la respuesta adecuada era una guerra abierta contra los romanos. Estaban dispuestos a enfrentarse contra el poderoso ejército romano y creían que podían ganar su independencia del imperio romano. Muchos de ellos eran jóvenes e inexpertos tanto en la guerra como en la política.

Los "amigos de Roma", que en su mayoría eran judíos ricos y poderosos, creían que lo mejor era entablar una amistad con el procurador romano y sus representantes y de esta manera evitar su ira.

La facción moderada hubiera preferido liberarse del yugo de Roma, pero entendían que ese objetivo no era realista. Por lo tanto, preferían negociar con los romanos para evitar una confrontación violenta. La mayor parte de la población pertenecía a esta facción, incluyendo a los ancianos y a los Sabios.

Las tres facciones tenían metas similares: querían asegurar la paz y la justicia para los judíos en Judea. Lamentablemente, no lograron ponerse de acuerdo respecto a cómo lograr esos objetivos, y con el tiempo y el incremento de la opresión, las divisiones se fueron profundizando.

El comienzo de la revuelta judía

Cuando Floro exigió dinero del tesoro del Templo, la generación joven llegó a su límite. Ellos se burlaron de Floro caminando por Jerusalem con alcancías de caridad, recolectando caridad para el "pobre Floro".

En respuesta, Floro convocó a sus tropas. Cuando los ancianos de la ciudad se negaron a entregar a los jóvenes que se habían burlado del procurador, Floro ordenó a los soldados atacar, y ellos estuvieron felices de hacerle caso. Josefo escribió:

[Los soldados] no sólo saquearon el lugar al que habían sido enviados, sino que se metieron a la fuerza en todas las casas y mataron a sus habitantes. Los ciudadanos huían por las callejuelas y los soldados mataban a todos los que atrapaban, sin omitir ningún método de saqueo. También apresaron a muchas de las personas que estaban tranquilas y las llevaron ante Floro, quien primero los castigó con azotes y luego los crucificó. En consecuencia, el número total de los que fueron destruidos ese día, con sus esposas e hijos, fue de unos tres mil seiscientos.

El ataque tenía la intención de alentar a los judíos a rebelarse. Una rebelión abierta le permitiría a Floro declarar a Jerusalem una ciudad conquistada, saquearla y confiscar el tesoro del Templo.

Sin embargo, los ancianos prevalecieron sobre los judíos convenciéndolos de que no tomaran represalias para evitar otra masacre. Junto con los sacerdotes, formaron una procesión para saludar en paz a los soldados romanos.

Los romanos trataron a los ancianos con desprecio y no les devolvieron el saludo. Ofendidos, algunos judíos protestaron en voz alta. Eso era exactamente lo que los soldados esperaban, y entonces atacaron a la procesión judía.

Al principio, los judíos retrocedieron, pero cuando vieron que los romanos se dirigían al Monte del Templo, montaron un contraataque, impidiendo que los romanos tomaran el Templo.

Floro admitió su derrota y ordenó a sus soldados que abandonaran Jerusalem. Entonces planeó otra estrategia para apropiarse de los tesoros del Templo. Escribió una carta a su superior, argumentando que los judíos se estaban rebelando contra Roma y pidió refuerzos.

Kamtza y Bar Kamtza

El Talmud cuenta una historia que ocurrió en esa época y que convenció al emperador romano de que los judíos de hecho se estaban rebelando.

Una persona adinerada preparó un banquete y envió a su sirviente a invitar a los huéspedes importantes. Una de las personas que estaba en su lista era uno de sus amigos, llamado Kamtza. El sirviente cometió un error y en vez de invitar a su amigo Kamtza, invitó a Bar Kamtza, que era un enemigo de su patrón. Cuando el anfitrión vio a Bar Kamtza en su banquete, le exigio que se fuera. Avergonzado, Bar Kamntza se ofreció a pagarle por su comida. El anfitrión insistió en que debía irse. Bar Kamtza se ofreció a pagar la mitad del banquete, luego todo el banquete, pero el anfitrión lo obligó a irse, ante la vista de los demás invitados, y nadie se paró para defender a Bar Kamtza.

Decidido a vengarse por su humillación, Bar Kamtza viajó a Roma y le dijo al emperador que los judíos se estaban rebelando en su contra. Como prueba, le sugirió que el emperador enviara un animal para ser sacrificado en el Templo. Si los judíos se negaban a sacrificar el animal del emperador, eso sería una señal de rebelión.

El emperador hizo lo que le sugirió Bar Kamtza. Al ir camino a Jerusalem, Bar Kamtza provocó un pequeño defecto al animal, descalificándolo para servir como sacrificio. En el Templo, los sacerdotes debatieron si debían sacrificar al animal defectuoso para no enfurecer al emperador, o si debían asesinar a Bar Kamtza para impedir que le informara al emperador que su animal no fue sacrificado. Pero decidieron no hacer ninguna de las dos cosas.

Bar Kamtza regresó ante el emperador y lo convención de que los judíos realmente se estaban rebelando en su contra.

La historia ilustra el odio y la desconfianza que reinaba en ese momento en Jerusalem. La atmósfera estaba madura para una guerra civil, que fue precisamente lo que sucedió antes de que las tropas del emperador llegaran al país.

La guerra por el control de Jerusalem

Estalló la guerra civil entre los zelotes y los "amigos de Roma". Los últimos tomaron el control de la Ciudad Baja y el Monte del Templo y los primeros tomaron el control de la Ciudad Alta.

La lucha continuó durante una semana, sin que ninguna parte pudiera superar a la otra. Entonces llegaron a Jerusalem muchos judíos para celebrar llevando leña al Templo. Entre ellos había un grupo de sicarii, una facción especialmente violenta de los zelotes, llamados así por las dagas (sica) que llevaban.

Con este refuerzo, los zelotes capturaron la Ciudad Alta e incendiaron el palacio del Sumo Sacerdote y la oficina de impuestos romana.

Algunos soldados romanos permanecieron en una fortaleza en la Ciudad Alta. Cuando se rindieron dos semanas después, les prometieron un salvoconducto para que pudieran salir de Jerusalem. Pero cuando los sicarii vieron a los soldados desarmados, los atacaron y los masacraron.

Los romanos respondieron a la rebelión judía incitando a los no judíos del imperio romano a atacar a sus vecinos judíos. Hubo pogromos por toda Judea y también en Alejandría y en Damasco. Decenas de miles de hombres, mujeres y niños judíos fueron asesinados.

Modelo de Jerusalem en la era del Segundo Templo, en el Museo de Israel, con el Templo en primer plano.

La derrota en la Galilea

Siguieron más altercados entre los judíos y los romanos. Eventualmente, el emperador envió un gran ejército encabezado por el general Vespasiano para aplastar la rebelión judía. Vespasiano se acercó a Judea desde el norte, a través de la Galilea. Anticipando el ataque, los líderes judíos de Jerusalem enviaron a Josefo al mando del ejercito judío en la Galilea.

Josefo fue una figura controvertida incluso en su propia época. Heredero de una rica familia sacerdotal, los habitantes de la Galilea desconfiaban de Josefo y lo acusaban de simpatizar con los "amigos de Roma".

Sin embargo, cuando Vespasiano con 60.000 soldados y las armas de guerra más modernas sitiaron Jotapata, una de los puntos más fuertes de la Galilea, Josefo movilizó a los defensores judíos y resistió a los romanos durante 47 días. Vespasiano sólo logró conquistar Jotapata cuando los defensores se vieron debilitados por el hambre.

Las fuerzas de Vespasiano mataron a 40.000 judíos en Jotapata y vendieron como esclavos a 12.000 judíos sobrevivientes. Josefo logró sobrevivir engañando a su pueblo. Él se rindió ante los romanos y rápidamente se ganó el favor de Vespasiano. Más tarde, trató de mediar entre los romanos y los judíos de Jerusalem, pero los habitantes de Jerusalem lo consideraron un traidor y se negaron a hablar con él.

Hoy en día, Josefo no es conocido por sus esfuerzos militares o diplomáticos, sino por sus crónicas de los acontecimientos de los que fue testigo. Aunque sin duda sus relatos son tendenciosos para adaptarse a su propia agenda, siguen siendo los registros más valiosos de la revuelta judía.

Ruinas de la antigua Jotapata en la Galilea. Proa 500, CC BY-SA 4.0, Wikimedia Commons

El avance hacia Jerusalem

A medida que el ejército romano avanzaba, iba destruyendo todo lo que encontraba en el camino. Asesinaron a los granjeros y saquearon e incendiaron sus campos y granjas. Conquistaron otras ciudades.

Los sobrevivientes de la guerra en la Galilea huyeron a Jerusalem. Entre ellos estaba Juan de Giscala (Iojanán mi Gush Jalav), otra ciudad fortificada que cayó ante los romanos. En Jerusalem, él se unió a los zelotes y los alentó a luchar contra los romanos, proclamando que Jerusalem nunca podría ser conquistada.

Las facciones en Jerusalem se volvieron todavía más polarizadas cuando los residentes se preparaban para el ataque de Vespasiano. Los zelotes acusaron a los adinerados "amigos de Roma" de cooperar con el enemigo. Los violentos sicarii aprovecharon este pretexto para robar y aterrorizar a los "amigos de Roma".

En respuesta, los "amigos de Roma" alejaron a los zelotes de la ciudad interna. Juan de Giscala asumió el liderazgo de los zelotes en el Monte del Templo. Una vez más, Jersualem estaba quebrada por una guerra civil.

Los moderados, reconociendo que las esperanzas de los zelotes de vencer a los romanos no eran realistas, se unieron a los "amigos de Roma" cercando el Monte del Templo.

Desesperados, los zelotes invitaron a los edomitas a venir en su ayuda. Los edomitas eran un pueblo violento que vivía en el sur de Judea. Sus ancestros habían sido convertidos a la fuerza al judaísmo.

Entusiasmados ante la posible oportunidad de saqueo, los edomitas llegaron a Jerusalem. Los "amigos de Roma" cerraron las puertas de la ciudad, pero en medio de la noche, los zelotes vencieron a los guardias y dejaron entrar a la ciudad a los edomitas.

Atrapados, los "amigos de Roma" y los moderados perdieron la batalla. Muchos de ellos murieron. Los zelotes y los edomitas comenzaron el ataque, asesinando a cualquiera que sospecharan de ser leal a los romanos y saqueando sus propiedades. Ahora los zelotes gobernaban la ciudad.

Los "amigos de Roma" que sobrevivieron buscaron un nuevo líder militar que los ayudara a combatir a los zelotes. Ellos invitaron a Simón bar Giora, el líder de una banda violenta que previamente había atacado y saqueado a los edomitas.

Con la llegada de Simón, la guerra civil se intensificó en cantidad y crueldad. Las calles de Jerusalem se convirtieron en campos de batalla entre las fuerzas de Juan y de Simón. Incluso antes de que Vespasiano llegara a Jerusalem, la ciudad experimentó terribles pérdidas.

El sitio a Jerusalem

El sitio romano a Jerusalem fue lo que finalmente llevó a unirse a las diversas facciones. Simón y Juan combinaron sus fuerzas y efectuaron varios ataques a las fuerzas romanas. Ellos lucharon ferozmente, y a pesar de ser mucho menos en número, provocaron grandes daños al ejército romano. Cavaron túneles debajo de las murallas de la ciudad, quemaron torres de asedio y destruyeron catapultas. Alentados por su éxito inicial, estaban seguros de su victoria.

Mientras tanto, los moderados observaron el campamento romano y comprendieron que no tenían ninguna posibilidad de derrotar al enemigo en un combate abierto. Su única esperanza era que los romanos se cansaran de asediarlos y se marcharan.

En un primer momento, esta esperanza no era descabellada. Las personas ricas de Jerusalem tenían depósitos llenos de comida y provisiones que podían durar muchos años.

Cuando los zelotes vieron que los moderados eran complacientes y preferían esperar a que terminara el asedio en vez de luchar contra los romanos, dieron un paso audaz y temerario. Incendiaron los depósitos y quemaron todas las provisiones. Pensaron que si no les quedaba otro remedio, el resto de la población de Jerusalem se uniría a ellos en la batalla.

Muy pronto la ciudad sitiada comenzó a sufrir hambre y comenzaron las peleas por comida. Josefo escribe:

Fue prodigioso el número de aquellos que murieron de hambre en la ciudad, y las miserias que padecieron fueron inenarrables, porque si aparecía la menor sombra de cualquier alimento, de inmediato comenzaba una guerra y los amigos más cercanos se peleaban por eso, arrebatándose mutuamente los más miserables sustentos de vida. Los hombres no creían que los moribundos no tuvieran comida, y los ladrones registraban a los que estaban muriendo, por las dudas que hubieran ocultado algo de comida y fingieran estar muriendo…

El sitio de Jerusalem, por David Roberts

Escapar dentro de un ataúd

Un sabio anciano, Rabán Iojanán ben Zakai, comprendió que Jerusalem estaba condenada. Preocupado por el futuro del pueblo judío, decidió escabullirse de la ciudad, cuyas puertas estaban fuertemente custodiadas por los zelotes, y reunirse con Vespasiano en persona.

El sobrino de Rabán Iojanán, Aba Sikra, era un líder de los zelotes. Rabán Iojanán le pidió a Aba Sikra que lo ayudara a salir de la Jerusalem sitiada. Aba Sikra sugirió que sus alumnos difundieran el rumor de que él había muerto y lo sacaran en un ataúd, diciendo a los guardias de la entrada que iban a enterrarlo.

El plan funcionó, y Rabí Iojanán logró reunirse con Vespasiano, a quien saludó como si fuera el emperador. Vespasiano objetó que él no era emperador, pero entonces llegaron mensajeros de Roma y le informaron que había sido elegido como el nuevo emperador.

Impresionado, Vespasiano le dijo a Rabán Iojanan que estaba dispuesto a cumplir con lo que le pidiera. Rabán Iojanán le pidió tres cosas: la ciudad de Iavne y sus sabios, para que la Torá sobreviviera a la destrucción de Jerusalem; la vida de Rabán Gamliel y su familia, descendientes de la dinastía rabínica, para que sobreviviera el liderazgo judío; y médicos para curar a Rabí Tzadok, un sabio que llevaba cuarenta años ayunando y rezando para evitar la destrucción. Vespasiano aceptó los tres pedidos.

Busto de Vespasiano. Livioandronico2013, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Tito asume el mando

Vespasiano se marchó a Roma, dejando a cargo del sitio a su hijo, Tito. Tito hizo varios intentos fallidos de abrir una brecha en las murallas de la ciudad. Dándose por vencido, les dijo a sus generales: "…si no luchamos contra ellos, si no tienen un enemigo común, empezarán a luchar entre ellos. Si llevamos a cabo correctamente nuestro plan, lo que queremos hacerles se lo harán ellos mismos".

Lamentablemente, la predicción de Tito resultó ser correcta. Las luchas internas, combinadas con el hambre, debilitaron a los defensores de Jerusalem. El 17 del mes de tamuz, Tito y su ejército quebraron las murallas. Durante las tres semanas siguientes, se libraron batallas encarnizadas en Jerusalem. El 9 del mes de av, Tito y su ejército llegaron al Templo y le prendieron fuego.

Los defensores lucharon hasta su último aliento, pero perdieron la batalla final. Los romanos saquearon y profanaron el Templo. La gloria de Jerusalem había desaparecido. La mayoría de sus habitantes habían muerto. Los sobrevivientes fueron capturados por los romanos y vendidos como esclavos. De acuerdo con Josefo, el número total de muertos fue de 1.100.000 y 97.000 personas fueron llevadas cautivas.

Moneda Judea Capta

Los líderes zelotes, Juan y Simón, fueron capturados vivos y los llevaron a Roma encadenados, donde fueron exhibidos en la procesión triunfal, junto con los tesoros saqueados del Templo.

El Arco de Tito fue construido en Roma para conmemorar el triunfo. Para celebrar la victoria, Vespasiano emitió una moneda especial con la inscripción Judaea Capta, Judea capturada.

Aunque el Templo había desaparecido, el judaísmo sobrevivió, desplazando su centro de atención del culto en el Templo al estudio de la Torá, gracias a la previsión de Rabán Iojanán ben Zakai y al intenso trabajo de sus alumnos para reconstruir la infraestructura comunitaria.


Fuentes:

  • Flavio Josefo. The Wars of the Jews. Traducido al inglés por William Whiston. Disponible online en https://www.gutenberg.org/files/2850/2850-h/2850-h.htm, consultado el 25 de julio, 2024.
  • History of the Jewish People: The Second Temple Era. Adaptado por Rabbi Hersh Goldwurm. Artscroll History Series, Mesorah Publications 1982.
  • Talmud Guitin 55b/56a
  1. Flavio Josefo. The Wars of the Jews. Traducido al inglés por William Whiston. Disponible online en https://www.gutenberg.org/files/2850/2850-h/2850-h.htm, consultado el 25 de julio, 2024.
  2. Ibid.
  3. Ibid.
  4. Ibid.
  5. Ibid.
  6. Guitin 55b/56a
  7. Flavio Josefo. The Wars of the Jews. Traducido al inglés por William Whiston. Disponible online en https://www.gutenberg.org/files/2850/2850-h/2850-h.htm, consultado el 25 de julio, 2024.
  8. The Story of Tisha B’Av. Meam Loez. Traducido al inglés por Rabbi Aryeh Kaplan. Maznaim Publishing Corporation, 1981. Page 46

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