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Las dos fases del judaísmo hacia la iluminación

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El espejismo de la iluminación instantánea

Cuando estaba en el último año de secundaria y descubrí la meditación por primera vez, experimenté momentos de claridad y paz tan profundos que pensé: "¡Esto es, estoy iluminado!" El mundo, de repente, tenía sentido; había encontrado la clave.

Hasta que no fue así.

Mi "iluminación" no duró. Continué practicando meditación, pero aquel estado trascendental inicial se desvaneció como un espejismo. Probé diferentes técnicas, devoré nuevos libros y busqué mejores maestros, todo en un intento por recapturar aquel magnífico primer momento de claridad. Pero la complejidad añadida sólo me hacía preguntarme si estaba arruinando la hermosa simplicidad que había logrado en mis primeros intentos. Cuanto más lo perseguía, más se me escapaba.

El patrón Divino de crecimiento

Lo que experimentaba no era un fracaso, sino un patrón fundamental descrito en la Cábala como Or Iashar (luz directa) y Or Jozer (luz de retorno). El Or Iashar, la “Primera Luz”, es una iluminación inicial otorgada gratuitamente desde arriba. Este regalo divino inevitablemente da paso a un período de oscuridad o encubrimiento, desafiándonos a generar el Or Jozer, la “Segunda Luz”, mediante nuestro propio esfuerzo y persistencia.

La primera luz nos muestra lo que es posible. Es el inicio embriagador de un romance, el éxito sorprendente de un principiante en una nueva habilidad o la elevación emocional de un avance espiritual. Llega como un regalo: inmerecido, inesperado y, en última instancia, insostenible.

Cuando esa luz inevitablemente se desvanece, enfrentamos la verdadera prueba: ¿nos comprometeremos con el largo y, a menudo, poco glamoroso trabajo de reconstruir esa luz desde dentro, o abandonaremos el camino, persiguiendo eternamente nuevos primeros destellos, pero sin desarrollar nunca la capacidad de generar nuestra propia iluminación?

De Egipto al Sinaí: El viaje original de crecimiento

Este patrón de las “Dos Luces” forma la columna vertebral de la experiencia formativa del pueblo judío. Los milagros del Éxodo representaron un éxtasis espiritual sin igual en la historia: la Partición del Mar, las Diez Plagas, la presencia visible de Dios. Sin embargo, no fue una iluminación duradera; fue apenas una introducción.

La Torá registra cuán rápido las quejas siguieron a los milagros y cuán fácilmente la duda reemplazó a la certeza. La primera luz, por magnífica que fuera, no pudo sostenerlos. Su auge espiritual desapareció tan rápidamente como llegó.

Pero el viaje continuó.

Tras presenciar la Partición del Mar, nuestros antepasados vagaron durante 49 días por el desierto del Sinaí, enfrentando verdaderos desafíos que pusieron a prueba su recién adquirida libertad. Se enfrentaron a la escasez de agua, al hambre que llevó al milagro del maná, e incluso a enfrentamientos militares con Amalek. Estas pruebas no fueron dificultades arbitrarias, sino lecciones esenciales de autosuficiencia y fe. Cada desafío revelaba un nuevo aspecto de lo que significaba pasar de ser esclavos pasivos a socios activos con lo Divino.

Este viaje por el desierto representa el proceso arquetípico de crecimiento humano: la transformación gradual de receptores de revelación a recipientes dignos de recibir la sabiduría de Dios en el Sinaí. Cada día construía sobre el anterior, cada paso se ganaba a través de la lucha y el compromiso.

Este proceso paso a paso está encapsulado en una cuenta regresiva que ha moldeado la vida espiritual judía durante milenios. Durante 49 noches consecutivas, comenzando después del primer día de Pésaj, los judíos de todo el mundo cumplen la mitzvá de Sefirat HaÓmer — la Cuenta del Ómer, marcando cada día en un viaje que culmina con la festividad de Shavuot, que conmemora la entrega de la Torá en el Monte Sinaí.

Al contar el Ómer hoy, estamos recreando este viaje transformador, generando en nosotros la misma preparación espiritual que nuestros ancestros alcanzaron, día tras día.

Tu Éxodo personal

Aunque estamos a miles de años del Éxodo original, la cuenta del Ómer nos invita a emprender cada año este mismo viaje transformador. La matemática espiritual sigue siendo constante: el crecimiento significativo requiere tanto la inspiración de la primera luz (Pésaj) como el esfuerzo de la cuenta de los 49 días.

El período del Ómer ofrece un marco sagrado para el crecimiento sostenible, no a través de saltos cuánticos, sino mediante la práctica diaria, la mejora gradual y la cuenta fiel. Aprovecha esta oportunidad y pregúntate: “¿Dónde he experimentado brillantes destellos de posibilidad pero me costó mantener el impulso?” Identifica una cualidad que deseas cultivar desde ahora hasta Shavuot. Luego comprométete con una práctica diaria simple que construya esa cualidad de manera incremental. Para cuando llegues al día 49, no sólo estarás esperando la revelación, sino que habrás ganado tu lugar como un receptor digno, capaz de asociarte con lo Divino.

En nuestra cultura de gratificación instantánea, el Ómer nos recuerda una verdad antigua: las transformaciones más significativas no ocurren en momentos, sino en viajes; no en saltos, sino en pasos que van subiendo con fidelidad.

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