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Una independencia marcada por las llamas

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En la víspera de lo que debía ser una jornada de celebración, mientras banderas azules y blancas ondeaban desde los balcones y los supermercados se vaciaban de carbón y carne para los asados clásicos de Yom Haatzmaut (el Día de la Independencia de Israel), una amenaza silenciosa y voraz se alzaba desde el oeste de Jerusalem. Más de 100 equipos de bomberos seguían combatiendo, por segundo día consecutivo, una serie de incendios forestales que consumían sin tregua los bosques y campos de la región.

El humo teñía de gris el cielo que, de otro modo, estaría cruzado por exhibiciones aéreas festivas. Los mismos aviones que deberían haber dibujado con orgullo las letras del país sobre la capital fueron reemplazados por aeronaves de combate al fuego, algunas de ellas enviadas por aliados europeos. El Estado de Israel, que celebra su 77° aniversario de independencia, se encuentra enfrentando una amenaza que, aunque no nueva, llegó esta vez con una intensidad y escala que no puede ignorarse.

Las llamas comenzaron a devorar las colinas el miércoles por la mañana, empujadas por una ola de calor sofocante y vientos que soplaban con fuerza desde el mar. En cuestión de horas, los incendios forzaron la evacuación de diez comunidades y cerraron la principal carretera entre Jerusalem y Tel Aviv. 

Para el jueves por la mañana, algunas señales de esperanza asomaban: las carreteras volvían a abrirse, y los evacuados regresaban a sus hogares. Sin embargo, las autoridades advertían que el peligro seguía latente. “Todavía no tenemos control de los incendios”, informó el Servicio de Bomberos y Rescate.

Las cifras hablan por sí solas: más de 20,000 dunams —más de 2 mil hectáreas— quemados, de los cuales 13,000 corresponden a bosques. El emblemático Parque Canadá, cerca de Modiín, quedó gravemente afectado. Las imágenes aéreas muestran un paisaje apocalíptico: colinas ennegrecidas, árboles convertidos en esqueletos, cicatrices visibles desde el cielo.

Las celebraciones de la independencia, tradicionalmente marcadas por excursiones familiares, asados al aire libre y contacto con la naturaleza, se vieron ensombrecidas por la ironía trágica de una naturaleza en llamas. Las autoridades prohibieron encender fuegos en áreas abiertas. El picnic patriótico, símbolo de la estabilidad ganada con esfuerzo, tuvo que posponerse.

El sistema nacional de emergencia operaba al límite. El ejército israelí se desplegó con rapidez, enviando más de 50 camiones cisterna, equipo logístico y personal de reserva. Aviones C-130J Super Hercules realizaron más de 90 vuelos de descarga de retardantes. Incluso la inteligencia militar entró en acción, utilizando satélites para mapear los frentes del fuego, como si se tratara de un enemigo invisible.

En paralelo, un operativo internacional se activaba. Chipre e Italia anunciaron el envío de ocho aviones. Otros países —Ucrania, Francia, España, Rumania, Croacia e incluso Argentina— ofrecieron ayuda. 

A pesar de la magnitud del desastre natural, los daños a estructuras y viviendas fueron sorprendentemente mínimos. Más de una docena de personas fueron hospitalizadas por inhalación de humo, entre ellas dos bebés y dos mujeres embarazadas. Diecisiete bomberos resultaron heridos, dos de ellos con heridas de mayor gravedad.

Y sin embargo, la pregunta inevitable persistía en el aire espeso: ¿fue intencional? El primer ministro Benjamín Netanyahu afirmó en público que 18 personas habían sido arrestadas bajo sospecha de provocar incendios, una de ellas “sorprendida in fraganti”. La policía, más cauta, habló de solo tres detenidos, ninguno de ellos relacionado con el fuego que asolaba Jerusalén. Las causas siguen siendo inciertas. 

El contraste es difícil de ignorar. En el mismo día en que Israel conmemora 77 años desde su renacimiento como Estado soberano —una gesta nacida entre cenizas y refugiados—, sus fuerzas de seguridad y sus ciudadanos luchan contra un nuevo tipo de devastación. Esta vez, no se trata de un conflicto armado ni de una amenaza extranjera, sino de una catástrofe natural que, como si entendiera el calendario, eligió irrumpir justo cuando el país se miraba al espejo de su historia.

La independencia, en su esencia, es la capacidad de hacer frente a lo inesperado. Lo demostró la generación fundadora en 1948. Lo hacen ahora los bomberos que llevan días sin dormir, los reservistas convocados de urgencia, los vecinos que se organizan para dar comida y agua a los equipos de rescate. No hay desfiles este año entre las colinas de Shoresh y Neve Ilan, pero hay otro tipo de desfile: el silencioso compromiso de un país que, aun en medio del fuego, no deja de conmemorar su existencia.

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