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“Nadie nos quebrará”: el espíritu inquebrantable del pueblo judío

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La noche del 14 de mayo del 2024, Tzila y Jananel Gez se dirigían al hospital, con el corazón acelerado por la emoción de recibir una nueva vida. Su cuarto hijo estaba en camino. Risas, esperanza y sueños llenaban el auto.

Pero entonces, en un instante, la luz se apagó. Terroristas abrieron fuego contra su coche cerca de su hogar en Bruchin.

Tzila resultó mortalmente herida en el ataque. Su bebé no nacido fue extraído mediante una cesárea de emergencia en el Hospital Belinson y trasladado de urgencia al Hospital Infantil Schneider: diminuto, frágil y luchando por su vida.

Tzila Gez

Durante 15 días de agonía, todo el pueblo judío contuvo el aliento, susurrando plegarias por el pequeño Ravid Jaim, el recién nacido que fue blanco de terroristas antes de haber dado su primer respiro. Trágicamente, Ravid Jaim no sobrevivió.

El 29 de mayo, Jananel estuvo de pie junto a la tumba de su amada esposa y de su hijo recién nacido, sosteniendo el cuerpo del bebé envuelto delicadamente en un talit. Su voz se quebraba por el dolor, pero sus palabras rugieron con fuerza eterna:

“Nuestros corazones están rotos, pero nadie nos quebrará.”

En ese momento, Jananel no era sólo un esposo y padre en duelo. Su declaración resonó en cada alma judía; no se trataba sólo de su tragedia. Era una verdad eterna del pueblo judío.

De las cenizas de la pérdida, el espíritu judío se eleva.

Tras la destrucción del Primer Templo y el exilio babilónico en el año 586 AEC, los judíos recrearon la vida espiritual mediante el estudio de la Torá, la plegaria comunitaria y el surgimiento de sinagogas. Después de la conquista romana y la destrucción del Segundo Templo, los judíos volvieron a adaptarse, construyendo un judaísmo arraigado en la ley, el aprendizaje y los rituales.

Durante la inquisición española, cuando los judíos fueron torturados, expulsados o forzados a convertirse, muchos practicaban su fe en secreto. La llama de la identidad judía titilaba, pero nunca se extinguió. A la sombra de los pogromos y del Holocausto, las comunidades judías seguían cantando, rezando y encendiendo velas. Incluso en Auschwitz y en Siberia, los judíos susurraban el Shemá.

El sentido no es un lujo

El psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, Dr. Viktor Frankl, enseñó que quienes encontraban un sentido, sin importar lo sombrías que fueran sus circunstancias, tenían más probabilidades de sobrevivir. En los campos de exterminio nazi, él observó que la supervivencia no dependía de la fuerza física, sino de la resistencia espiritual.

En su libro El hombre en busca de sentido, Frankl citó al filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “Quien tiene un ‘porqué’ para vivir, puede soportar casi cualquier ‘cómo’”.

Esta enseñanza se alinea profundamente con la tradición judía. En el judaísmo, el sentido no es un lujo, es esencial. El judaísmo nos invita constantemente a conectar nuestras vidas con algo más grande que nosotros mismos.

La resiliencia judía no es sólo sobrevivir. Es elegir una vida con sentido.

La resiliencia judía no es sólo sobrevivir. Es elegir una vida con sentido.

Lo que hace tan poderosa a la resiliencia judía es que es espiritual y práctica. En Babilonia, Vilna, Tel Aviv y Nueva York, los judíos construyeron escuelas, sinagogas y centros culturales, no sólo para sobrevivir, sino para prosperar. Santificamos el tiempo mediante el Shabat y las festividades, creando momentos sagrados incluso en tiempos de caos. En guetos y campos de concentración, seguimos encendiendo velas, recitando el Kidush y susurrando plegarias, actos de dignidad y desafío ante la deshumanización.

Siempre hemos elegido la vida. Esa es nuestra respuesta a quienes buscan quebrarnos.

La fundación del Estado de Israel en 1948 es un poderoso testimonio de la resiliencia judía. Construido por sobrevivientes del Holocausto y visionarios, rodeado de enemigos y puesto a prueba por guerras y terrorismo, Israel no sólo sobrevive, sino que florece. Es un faro de cultura, innovación y renacimiento espiritual.

Porque, pase lo que pase, no permitimos que la oscuridad nos defina.

El 7 de octubre del 2023, Israel cambió para siempre. En uno de los días más oscuros de terror en su historia moderna, más de mil israelíes fueron masacrados por Hamás a sangre fría. Familias enteras fueron aniquiladas, festivales de música se convirtieron en masacres, y pueblos enteros quedaron en silencio bajo la sombra de la muerte. Doscientas cincuenta niños, mujeres y hombres fueron tomadas como rehenes y llevadas a Gaza. Fue un día diseñado para quebrar el espíritu israelí.

Intentaron quebrarnos. Fracasaron.

De las cenizas de esa devastación, el pueblo de Israel, la diáspora judía y otros devotos simpatizantes se levantaron como uno solo: unidos en el dolor, el amor y una solidaridad inquebrantable. Los reservistas dejaron todo y acudieron al frente sin dudar. En todo el país, los civiles prepararon paquetes, cocinaron comidas y abrieron sus corazones y hogares a soldados y familias desplazadas. Los hoteles se convirtieron en refugios para evacuados del sur y el norte, y los desconocidos se volvieron familia de la noche a la mañana.

Las comunidades y organizaciones judías de la diáspora, junto con los simpatizantes de Israel en todo el mundo, respondieron con una avalancha de amor y ayuda.

En medio del miedo y la pérdida, hicimos lo que mejor sabemos hacer: nos sostuvimos unos a otros en la oscuridad y le recordamos al mundo, y a nosotros mismos, que el espíritu judío no se puede quebrar.

Entonces surgió una voz - temblorosa, cruda, pero firme.

Esa voz pertenecía a Yuval Raphael, conocida en el mundo simplemente como Yuval. Atrapada bajo los cuerpos de sus amigos asesinados en el festival de música Nova, Yuval sobrevivió durante horas en las circunstancias más inimaginables. Estuvo rodeada por la muerte, pero se aferró con fuerza a la vida. Para muchos, tal trauma conduciría al silencio. Yuval eligió cantar.

Ella eligió alzar su voz en el escenario musical más grande del mundo: el Festival de la Canción de Eurovisión.

Con gracia, dignidad y una fuerza serena forjada en el sufrimiento, y ante un mundo hostil y parcial, Yuval se presentó ante millones de personas. Ella representó no sólo a Israel, sino a cada alma perdida el 7 de octubre. En ese momento, se convirtió en un testimonio viviente del espíritu inquebrantable y la resiliencia perdurable del pueblo judío.

Pueden lanzar misiles, quemar nuestros hogares, asesinar a nuestras familias, pero no pueden extinguir nuestro espíritu judío.

Todavía estamos aquí.

Siempre estaremos aquí.

Elegimos la vida.
Elegimos la luz.
Elegimos cantar.

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