
Mientras llueven misiles sobre las ciudades israelíes y el estado judío enfrenta la creciente agresión de Irán y sus aliados, nos encontramos viviendo un eco moderno de nuestra antigua historia. Una vez más, el pueblo judío es puesto a prueba, no sólo por las amenazas de quienes buscan destruirnos, sino por el llamado a la unidad, al coraje y a la fe.
Después del milagroso Éxodo de Egipto y 40 años de deambular por el desierto, la nación judía estaba lista para finalmente entrar en la Tierra de Israel. El viaje había sido largo y el camino por delante no sería sencillo. Habría batallas, incertidumbres y desafíos al otro lado del río Jordán.
En ese momento crítico, dos tribus (Rubén y Gad) se acercaron a Moshé con un pedido. Habían visto la tierra al este del Jordán y creían que era ideal para su ganado y sus familias. En lugar de entrar en la Tierra de Israel propiamente dicha, pidieron permiso para establecerse allí, fuera de los límites de lo que se convertiría en el país de Israel.
La reacción de Moshé fue rápida e intensa. ¿Cómo podían considerar separarse de sus hermanos en ese momento? ¿Cómo podían quedarse al margen mientras el resto de la nación tendría que luchar por su tierra? Moshé vio su pedido como una traición, como un fracaso en mantenerse unidos como un solo pueblo.
Los judíos siempre deben estar los unos para los otros.
Moshé les recordó que no sería fácil entrar a la tierra. Habría batallas. Habría pérdidas. Habría sacrificios.
De inmediato Rubén y Gad aclararon sus intenciones. Aseguraron a Moshé que no abandonarían a sus hermanos. Prometieron dejar a sus familias y rebaños atrás y cruzar el Jordán junto con el resto del pueblo judío. Lucharían hombro a hombro con su nación y sólo regresarían a su tierra una vez cumplida la misión. Su mensaje fue claro: los judíos siempre deben estar los unos para los otros.
Una familia unida
Esto no es sólo una historia de nuestro pasado antiguo. Es un principio fundamental de lo que significa ser parte del pueblo judío. A lo largo de la historia, los judíos se han apoyado en tiempos de crisis y en momentos de alegría. Nuestra identidad nunca ha sido puramente religiosa, nacionalista o cultural. No somos una raza, ni simplemente una religión. No somos sólo una nación o una etnia. Somos algo más profundo y significativo. Somos una familia.
En las familias se cuidan unos a otros. Se defienden. Se presentan por el otro no porque sea conveniente, sino porque es lo correcto. Eso es lo que somos.
La protección de Israel
Esta idea me acompañó este último Shabat. Al ponerse el sol y apagar nuestros teléfonos para entrar en la santidad del Shabat, estaba parado en el porche de Aish en Jerusalem. Miré hacia arriba y vi estelas en el cielo. Misiles lanzados por Irán se dirigían hacia Israel, y vimos en tiempo real cómo la Cúpula de Hierro y otros sistemas de defensa los interceptaban en el aire.
Fue surrealista, pero también inspirador. En ese momento, me di cuenta de que Israel cuenta con dos activos esenciales que lo protegen. El primero es el valor incomparable de los miembros de las FDI. Son nuestros hijos. Nuestros vecinos. Nuestros alumnos. No son soldados anónimos. Son nuestra familia, y están dispuestos a arriesgarlo todo para defender nuestra patria.
No sobrevivimos porque seamos más poderosos o más numerosos. Sobrevivimos porque Dios nos protege.
El segundo es Dios. Dios ha estado con nosotros en cada capítulo de nuestra historia. No sobrevivimos porque seamos más fuertes o más numerosos. Sobrevivimos porque somos parte de un pacto eterno. Estamos aquí porque Dios le dijo a Abraham hace miles de años: “Esta es tu tierra”. Esa promesa aún resuena en nuestro tiempo.
Nunca más
Al ver esos cohetes ser interceptados sobre Jerusalem, recordé otro momento de la historia moderna de Israel que revela la misma verdad.
En 1981, el estado de Israel enfrentaba una grave amenaza desde Irak. Saddam Hussein estaba construyendo un reactor nuclear en Osirak, y la inteligencia israelí sabía que su objetivo era desarrollar un arma nuclear. La comunidad internacional ignoró en gran parte la amenaza, pero Israel no podía esperar. El primer ministro Menajem Begin tomó la audaz y difícil decisión de enviar aviones israelíes para bombardear el reactor.
Israel fue condenado por gran parte del mundo. La operación fue vista como agresiva e innecesaria. Pero una década después, cuando estalló la Guerra del Golfo y Saddam lanzó misiles contra Israel, esos mismos líderes mundiales comenzaron a darse cuenta de que Israel había tenido razón todo el tiempo.
Lo que a menudo se olvida de ese momento es dónde hizo el anuncio el primer ministro Begin. Lo hizo en el Muro Occidental, frente a un grupo de sobrevivientes del Holocausto que estaban en Israel para una gran reunión. Algunos no habían visto a sus familiares en décadas. Otros creían que eran los únicos sobrevivientes. Fue un encuentro poderoso y conmovedor.
El mensaje de Begin fue simple: nunca más. Les recordó que si alguien se levanta y declara su intención de destruir al pueblo judío, Israel actuará. No esperaremos a que el mundo reaccione. Nos defenderemos primero. Eso es lo que realmente significa “nunca más”.
Rezar en el Muro Occidental
La noche del jueves, justo antes del ataque, el primer ministro de Israel visitó el Muro Occidental. Supimos que venía por la seguridad adicional en el edificio de Aish, que da al Kotel. No fue una visita típica. Fue profundamente intencionada.
En ese momento tuiteé que esperaba que encontrara consuelo e inspiración en ese lugar sagrado. Lo que no sabía entonces era que había venido a rezar porque, incluso con la mejor inteligencia, planificación y ejecución, se necesita algo más. Se necesita la ayuda de Dios.
Esa es la verdad que une todas nuestras historias — bíblicas, históricas y modernas. Somos un pueblo que hace lo que debe, guiado por la fe en algo más grande.
Somos un pueblo que se mantuvo unido al borde del Jordán y declaró que no dejaría la tierra hasta que sus hermanos estuvieran a salvo. Somos un pueblo que bombardeó una instalación nuclear en Irak porque creyó que esperar no era una opción. Somos un pueblo que apagó sus teléfonos en Shabat, sabiendo que había misiles en el aire, y confió en Dios.
Somos un pueblo que permanece unido. Siempre.
Este es un momento para reafirmar quiénes somos. Un momento para recordar que no estamos solos.
Y esto no se trata sólo de Israel. Se trata de judíos y no judíos por igual. Israel está entre el mundo libre y un arma nuclear en manos de tiranos asesinos.
A todos nuestros amigos, judíos y no judíos, les agradecemos por sus plegarias y apoyo. A mis hermanos judíos en todo el mundo: manténganse firmes. Estén orgullosos. Este no es un momento para el miedo o la vergüenza. Este es un momento para reafirmar quiénes somos. Un momento para recordar que no estamos solos. Somos una familia, y no nos vamos a ninguna parte. Nuestra conexión con la Tierra de Israel no es reciente ni política; es ancestral. Los judíos, indígenas de esta tierra, lo hemos sido durante 3.500 años. Y estaremos en Israel por muchos años gloriosos más.
Tenemos a Dios. Tenemos a las FDI. Nos tenemos los unos a los otros. Esta es una lucha entre el bien y el mal, y sabemos perfectamente dónde estamos parados.
¡Am Israel Jai!
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