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José “Pepe” Mujica y su ambivalente legado frente a Israel

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El 13 de mayo de 2025 murió José Mujica, expresidente de Uruguay (2010–2015), a los 89 años. Su figura generó respeto internacional por su estilo de vida austero, sus reflexiones filosóficas y su pasado como guerrillero tupamaro durante la dictadura cívico-militar uruguaya. Fue también un referente de la izquierda latinoamericana, con una trayectoria marcada por una combinación de autenticidad personal y pragmatismo político. Pero además, entre los muchos aspectos de un legado que se revisa tras su muerte, su relación con el pueblo judío y el Estado de Israel ocupa un lugar particular: fue, a la vez, objeto de homenajes por parte de la comunidad judía uruguaya y autor de declaraciones profundamente críticas —e incluso ofensivas— hacia el Estado de Israel. Su postura, compleja y a veces contradictoria, ofrece un retrato de los límites ideológicos de una izquierda que desde hace tiempo ha tensado su vínculo con el mundo judío.

En 2010, durante su primer año como presidente, Mujica recibió el Premio Jerusalem, máximo reconocimiento otorgado por la Organización Sionista de Uruguay. En su discurso, elogió la historia de resiliencia del pueblo judío, su capacidad de mantener una identidad común en la diáspora y su aporte a la construcción de la sociedad uruguaya. “No puedo dejar de decir mi gran admiración por la historia de lucha del pueblo judío”, afirmó en ese momento. La comunidad lo recibió con respeto y entusiasmo. Mujica, por su parte, aceptó también un shofar, símbolo profundamente sagrado para la tradición judía, con un tono de reconocimiento auténtico.

Sin embargo, ya entonces era evidente que Mujica diferenciaba entre el respeto hacia los judíos como comunidad y su constante cuestionamiento hacia el Estado de Israel como actor geopolítico. Esa distinción, común en sectores de izquierda, muchas veces ha servido como amortiguador para críticas que en la práctica alimentan discursos antisemitas.

En 2014, durante una de las operaciones militares israelíes en Gaza, Mujica declaró públicamente que Israel estaba cometiendo un “genocidio”. El uso de ese término, completamente infundado desde el punto de vista del derecho internacional, no solo fue desproporcionado, sino que contribuyó a una narrativa repetida hasta el hartazgo por sectores anti-israelíes que deslegitima el derecho de Israel a defenderse frente a organizaciones terroristas. Aquella acusación fue recibida con preocupación por amplios sectores de la comunidad judía, tanto en Uruguay como en el exterior.

Mujica nunca retractó esas declaraciones.

Su postura frente a Israel reflejaba una alineación más amplia con la causa palestina, en la que, como muchos en la izquierda latinoamericana, optó por el apoyo tácito a la narrativa del “pueblo oprimido”. Aunque es importante remarcar que Mujica siempre evitó caer en un antisemitismo explícito —como sí lo han hecho figuras más radicalizadas de su espectro político—, su falta de rigor en el análisis y su uso de términos extremistas contribuyeron a erosionar la legitimidad de su discurso.

En los años posteriores, Mujica continuó expresando posiciones similares. En 2023, tras el ataque del 7 de octubre de Hamás contra civiles israelíes, que incluyó masacres, violaciones, secuestros y la difusión pública de los crímenes por parte del propio grupo terrorista, Mujica mantuvo un tono más prudente que muchos de sus colegas ideológicos. Calificó la guerra como “una desgracia para el pueblo judío y para el pueblo palestino” y como un “fracaso de la humanidad”. Al mismo tiempo, advirtió que no debía confundirse a Palestina con Hamás.

A primera vista, esa declaración parecía una muestra de equilibrio. Pero lo que no dijo —una condena clara a los crímenes de Hamás— fue tan elocuente como lo que sí expresó. Esa omisión consolidó una tendencia que caracterizó su postura durante años: evitar extremos retóricos cuando se trata de actores no estatales palestinos, pero aplicar las máximas acusaciones —como “genocidio”— cuando se refiere al Estado de Israel.

Otro episodio que reforzó esta ambivalencia fue su recepción, en 2018, al músico británico Roger Waters, abiertamente antiisraelí y considerado antisemita por múltiples organizaciones judías internacionales. Waters no solo ha defendido el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), sino que ha recurrido en reiteradas ocasiones a imágenes y expresiones vinculadas con los peores estereotipos antijudíos. Mujica lo recibió con cordialidad y sin emitir ninguna reserva pública sobre sus posiciones. En ese contexto, su silencio fue interpretado como una forma de respaldo.

No obstante, Mujica no puede ser encasillado fácilmente. Durante su mandato, tres miembros de la comunidad judía ocuparon cargos ministeriales en su gabinete. En distintas ocasiones se refirió a ellos como “compatriotas y compañeros” y resaltó con orgullo que su administración integraba a uruguayos de diferentes orígenes religiosos y culturales. Tampoco promovió nunca ninguna iniciativa que pudiera ser calificada de discriminatoria hacia la colectividad judía.

A diferencia de una parte de la izquierda regional que, tras el 7 de octubre, se deslizó rápidamente hacia un antisemitismo abierto y militante, Mujica mantuvo un tono más contenido. Pero su retórica pasada, su asociación con figuras problemáticas y su incapacidad para matizar ciertas acusaciones graves contra Israel, siendo alguien tan influyente, dejaron mucho que desear.

Su muerte fue lamentada públicamente por el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), organización clasificada como terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, que lo calificó como “amigo de Palestina y defensor de los oprimidos”. Ese homenaje no fue casual: refleja la lectura que muchas organizaciones alineadas con la causa palestina hacen de Mujica, no por lo que hizo en la diplomacia internacional, sino por lo que eligió callar o denunciar, y cómo.

José Mujica fue una figura compleja, admirada por su coherencia personal, su estilo de vida y su vocación democrática. Pero su legado en relación con Israel y el pueblo judío está marcado por contradicciones difíciles de ignorar. Fue, sin duda, un hombre con sensibilidad política y humana. Pero en un tema donde el lenguaje importa —y las omisiones también—, su legado queda, al menos en este plano, como el de un espectador crítico, más que el de un actor comprometido con la verdad y la justicia.

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